Stephen Wechsler llegó a Baviera como soldado del Ejército
estadounidense a comienzos de los cincuenta. Cuando el Ejército
descubrió su pasado como militante del Partido Comunista de EEUU,
Wechsler decidió desertar y cambió su nombre por el de Victor Grossman.
No todos cruzaron el Muro de Berlín en la misma
dirección. Victor Grossman (Nueva York, 1928) fue uno de los que lo hizo
en dirección contraria. Stephen Wechsler llegó a Baviera como soldado
del ejército estadounidense a comienzos de los cincuenta, en el momento
álgido del maccarthismo. Cuando el ejército
descubrió su pasado como militante del Partido Comunista de EEUU,
Wechsler decidió desertar. Lo hizo por Austria, cruzando el Danubio a
nado. En la otra orilla, Stephen Wechsler cambió su nombre por el de
Victor Grossman, y comenzó a trabajar como periodista. Como
estadounidense en la primera línea de frente de la Guerra Fría, Grossman
fue testigo de privilegio tanto de la construcción como de la
desaparición de la RDA.
¿Cómo debo llamarle? ¿Victor Grossman o Stephen Wechsler?
[Risas] Grossman es el nombre que uso. En EE UU, para
mis familiares y mis amigos soy Steve, pero aquí soy Victor Grossman.
¿Cómo me llegué a acostumbrar al nombre? Buena pregunta. No me gustaba
el nombre de Victor Grossman, no lo elegí yo, pero no me quedó otro
remedio que acostumbrarme a él y me acostumbré a él.
¿Por qué decidió cruzar…
…en la dirección equivocada? En EE UU militaba en varias organizaciones
izquierdistas, especialmente mientras estudiaba en la Universidad de
Harvard. Después de la universidad trabajé en dos fábricas. Entonces
estalló la Guerra de Corea y me llamaron a filas. Todos los reclutas
tenían que firmar una declaración afirmando que no eran ni habían sido
miembros de una de las 120 organizaciones de una lista, casi todas ellas
de izquierdas, y yo había estado en una docena. Aún militaba en algunas
de ellas. ¿Debía firmar o debía negarme a hacerlo? No sabía qué hacer.
Los años del maccarthismo fueron muy difíciles. Entonces había una ley
que obligaba a los miembros de aquellas organizaciones a inscribirse en
la policía como "agentes extranjeros". Si no lo hacían podían ser
castigados con hasta 10.000 dólares y 5 años de prisión por cada día que
no informasen a la policía. Una semana hubieran sido 35 años. Y yo no
lo había hecho desde al menos seis meses... Tenía miedo a admitir que
había formado parte de aquellas organizaciones. Y firmé. Lo hice con la
esperanza de que durante los dos años de servicio militar el ejército no
me investigaría. Tuve suerte y no me enviaron a Corea, sino a Baviera.
Las cosas parecían ir bien, pero entonces me investigaron. Puede que lo
hicieran por un curso de operador de radio que realicé. Guardo una copia
del informe del FBI sobre mí, 11.000 páginas. Una de esas páginas es
una denuncia de un compañero de estudios en Harvard, acusándome de
"rojo" y "radical". Quizá fuera eso el detonante. En cualquier caso,
recibí una carta del Pentágono, pidiéndome que me presentase ante un
tribunal al lunes siguiente. Una condena de varios años en una prisión
militar era casi una condena a muerte. Por eso decidí desertar.
Lo hizo cruzando el Danubio.
No sabía cómo hacerlo. No podía preguntárselo a nadie. Intenté pedir
información a los comunistas alemanes, pero no confiaron en mí: un
estadounidense en uniforme militar, que no hablaba bien alemán... Claro
que no podían confiar en mí. En Baviera no estábamos lejos de la
frontera, pero si intentaba cruzarla por el bosque sin tener un mapa,
esperando dar con la frontera, me arriesgaba a perderme y ser detenido,
lo que hubiera sido mucho peor... Busqué el mejor lugar para cruzar sin
ser visto. Recordé una visita que había hecho a Austria, donde la zona
de ocupación aliada y soviética estaba dividida por el río Danubio.
Viajé en tren hasta Linz, tratando de encontrar el río, a la madrugada
del día siguiente lo encontré y lo crucé a nado.
¿Dónde pensaba que le trasladarían?
No lo sabía. Pensaba que me llevarían a la Unión Soviética o a
Checoslovaquia. La verdad es que no quería vivir en Alemania oriental.
Había estado estacionado en Alemania occidental y no me gustaba la
atmósfera. Francamente, había demasiados nazis. Te lo decían
abiertamente. La verdad es que no me importaba. En lo único que pensaba
es en que no quería terminar en prisión. Los soviéticos ni siquiera me
dijeron dónde me llevaban. Estuve dos semanas en Austria, luego me
anunciaron que me marchaba, pero no me dijeron dónde. Durante el viaje,
viendo las carreteras, lo adiviné. Pero la verdad es que no me
importaba.
La mayoría de desertores de los ejércitos
occidentales terminaban en Bautzen. De todas las ciudades, ésta es la
que quedaba más lejos de cualquier frontera con Occidente. Además, había
varias fábricas en las que los desertores podían trabajar. A pesar de
tener sólo cuatro mil habitantes, la ciudad era grande, lo suficiente
como para alojarnos. La mayoría de desertores eran estadounidenses, pero
también había británicos, franceses, un grupo de africanos del ejército
francés que no quería ir a combatir en Indochina, unos cuantos
holandeses, un español -nadie supo cómo llegó allí; terminó en un
psiquiátrico, era un excelente jugador de ajedrez, por cierto- y un
mexicano. Algunos no estaban contentos. Sobre todo los que no fueron
capaces de establecerse y encontrar esposa, fundar una familia. Nunca se
adaptaron. Algunos de los que vinieron tenían una esposa alemana y se
adaptaron sin problemas. Entonces no estaba el Muro, así que los que no
se adaptaron simplemente se marcharon a Berlín Este y cruzaron la
frontera. Unos iban, pero otros venían.
Es interesante, porque las historias que leemos son casi siempre sobre quienes desertaron a Occidente.
Entre los alemanes se trataba a menudo de motivos políticos, porque
eran izquierdistas o esperaban vivir mejor en una economía socialista.
Pero la mayoría de estos hombres, en mi opinión, no lo hicieron por
motivos políticos. Era gente que había tenido problemas con el ejército,
especialmente los estadounidenses. Desde problemas con la bebida hasta
delitos menores. Algunos tenían novias o esposas de Berlín oriental, lo
que no era bien visto por el ejército. En un par de casos se trataba de
soldados negros que tenían esposas alemanas y huían del racismo y la
discriminación. Dos estadounidenses vinieron porque no querían combatir
en Corea. Entre los estadounidenses había al menos seis afroamericanos,
algo muy poco habitual en aquella época en aquel rincón de Alemania. La
mayoría de ellos seguramente no había visto a una persona negra en su
vida.
La RDA, a la vista de que aquellos hombres no
contaban con una buena formación, decidió ofrecerles cursos
especializados que incluían clases de alemán o matemáticas. También algo
de política, pero no mucho. Piense que había dos marroquís y un
argelino que habían desertado del ejército francés que eran analfabetos.
Después de aquello algunos se marcharon. Todos los afroamericanos, en
cambio, se quedaron en la RDA.
Siendo estadounidense, ¿cómo se sintió durante todos aquellos años de Guerra Fría?
Son muchos años, treinta y siete años... Tenía sentimientos
encontrados. Siempre me consideré estadounidense. Algunos adoptaron la
nacionalidad germano-oriental, yo nunca lo hice. Aunqué había desertado
del ejército, siempre me consideré un patriota estadounidense, pero no
en el sentido habitual del término, sino en el de aquellos que lucharon y
luchan por un país mejor, desde John Brown hasta Angela Davis, pasando
por Martin Luther King, Malcolm X o Pete Seeger. Ésa era mi América.
¿En qué trabajó en la RDA?
En Leipzig estudié periodismo. De hecho, como he dicho en alguna
ocasión, soy la única persona en el mundo que tiene un diploma de
Harvard y otro de la Universidad Karl Marx. Y seguiré siéndolo, porque
esa universidad ya no existe. [Risas] Mi trabajo en la RDA era
básicamente informar de la vida en EE UU. No de la manera simplista y
negativa que aparecía en los libros de texto o en los medios de
comunicación, pero tampoco de la manera igualmente simplista, pero
positiva, que aparecía en la televisión occidental, que mucha gente se
creía. Traté de ofrecer una imagen de EE UU como un país lleno de
conflictos y contrastes, con estándares de vida relativamente mejores
que los de la RDA, pero también en el que vivía mucha gente con unos
estándares de vida muy inferiores a los de la RDA.
¿Nunca pensó en regresar a EE UU?
Todo el tiempo. Pero era muy difícil. En los años setenta EE UU abrió
una embajada en Berlín Este. Me invitaron a acudir para aclarar mi
estatus y el de mis dos hijos. ¿Son estadounidenses, son alemanes? Fui
con mucho miedo a hablar con el cónsul. La gente del consulado intentó
convencerme de que volviese a EE.UU., asegurándome que no habría ningún
problema. No me fié de ellos e hice bien. En 1989, Harvard me invitó a
una reunión de antiguos licenciados. Volví a visitar al cónsul. En esta
ocasión la cónsul -esta vez era una mujer- fue sincera. Me aconsejó que
no fuese. “El ejército tiene buena memoria”, me dijo. Así que desistí.
En 1994 volví a ir al consulado. La situación era otra y pude resolverlo
todo.
Mi madre me visitó varias veces en Berlín
Este. La última vez me dijo que mi familia había estado informándose de
cómo podía volver sin ingresar en prisión. Le dijeron que podía volver,
con la condición de decir públicamente lo mal que había vivido en la
RDA, mi decepción con el país, etcétera. Años después, cuando mi madre
ya había muerto, hablé con mi hermano, y me dijo que, además, había otra
condición: que antes de regresar tenía que pasar algún tiempo en la RDA
y espiar para la CIA. No conocía esta oferta, pero nunca la hubiera
aceptado.
¿Cómo ve el 25 aniversario de la caída del Muro?
Viví en la RDA casi desde su fundación hasta el final. Viajé por todo
el país. Vi todos los aspectos negativos, y habían muchos. Algunos eran
simplemente estúpidos, otros trágicos –como toda la gente que murió
intentando cruzar el Muro–, otros podrían haberse evitado, otros no
podían haberse evitado. La RDA era más débil que Alemania occidental y
tenía que estar a la defensiva. Vi todos esos aspectos negativos y no
tengo ninguna necesidad de embellecerlos. Pero al mismo tiempo, siempre
vi a la RDA como la Alemania moral. Por cuatro motivos: el primero, la
RDA era la Alemania antifascista. En Alemania occidental, la cúpula del
partido nazi había muerto o desaparecido, pero el resto ocuparon
sectores importantes de la sociedad en el ejército, la diplomacia, los
servicios secretos, la universidad o el periodismo. La mayoría de ellos
ni siquiera se arrepentían, simplemente guardaron silencio. Durante los
primeros años de posguerra, la opinión mayoritaria en EE UU era
antifascista. Pero en 1947, y especialmente a partir de 1950, el
Gobierno estadounidense decidió que Alemania occidental era demasiado
importante y que había que transformarla en un bastión contra el
comunismo. Aceptaron a todos los nazis por su experiencia y permitieron
que Alemania occidental estuviese gobernada por gente que o bien habían
sido nazis o bien no habían hecho nada para combatirlos. La RDA, en
cambio, los expulsó a todos. A veces se descubría a alguno, pero la
inmensa mayoría fueron expulsados de todas las posiciones de
responsabilidad, hasta los profesores de escuela.
El
segundo motivo es que la RDA creía en la solidaridad internacional. Ya
fuese con Vietnam o España. La RDA apoyaba los movimientos de liberación
nacional en África. Alemania occidental estaba en contra de Mandela, la
RDA estaba con Mandela.
El tercer motivo es que la
RDA comenzó siendo más pobre que Alemania occidental. Tuvo que pagar
todas las reparaciones de guerra a Polonia y la URSS. Alemania
occidental sólo pagó un 5%, más o menos. El Este de Alemania era la zona
más rural y pobre del país. Y no recibió el Plan Marshall. Pero
construyó una economía que logró ofrecer una sanidad y educación hasta
la universidad universal y gratuita. El aborto era libre y gratuito. Los
alquileres eran bajos. Había seguridad laboral, nadie tenía miedo de
perder su trabajo. Y nadie podía ser desahuciado de su casa, como ocurre
ahora en EE.UU. o en España. Estaba prohibido. Para que llegase a
suceder algo así, tenían que acumularse varios años de impago, y los
inquilinos no podían ser expulsados hasta que se les encontraba otra
vivienda. No había gente viviendo en la calle.
El
cuarto motivo es más personal. Como antifascista y judío estadounidense
odiaba a los nazis. MIentras las grandes compañías que habían colaborado
con el Tercer Reich, como Siemens, Thyssen, Krupp o IG-Farben (ahora
BASF) seguían haciendo negocios en Alemania occidental, en la RDA fueron
desmanteladas por completo. Eso hacía a la RDA más moral.
¿Está la gente cansada de los retratos en blanco y negro de la RDA?
Algunos lo están. El establishment alemán tiene miedo de que la gente
comience a pensar que la RDA no era buena en muchos sentidos, que hizo
muchas cosas malas y estúpidas, pero que, a pesar de eso, tenía todo lo
que he mencionado antes. Por eso constantemente nos repiten lo terrible
que era todo en la RDA, especialmente antes de cada aniversario: la
insurrección de julio de 1953 en Berlín, la construcción del Muro en
1961, la caída del Muro en 1989. Creo que no sólo los antiguos alemanes
del Este, sino también los del Oeste comienzan a estar cansados y
piensan: "Bueno, otra vez más, hasta la siguiente".
¿Por qué tanta gente quería cruzar el Muro?
Muchos habían visto Berlín occidental en televisión y querían verlo por
sí mismos. Muchos tenían familiares y amigos. La mayoría tenía la
sensación de estar atrapada en la RDA. Era comprensible. También había a
quien, simplemente, no le gustaba la RDA por motivos políticos o
religiosos. Y estaba la seducción occidental. La RDA estuvo bajo presión
constante, tanto del lado soviético como del lado occidental. Para un
país tan pequeño, era una presión muy fuerte. Fíjese en la presión de la
cultura de masas estadounidense, un problema para culturas como la
india, la china o la italiana. McDonald's, Disney... Esta presión
también existía en la RDA. Había burócratas estúpidos, gente dogmática,
carreristas que usaron su poder para presionar a la gente. Los medios de
comunicación eran partidistas, aburridos y sin interés. La televisión
occidental también era partidista, pero era interesante. Y estaba hecha
con inteligencia, una combinación muy efectiva. Los burócratas de la
RDA, que se habían educado en una cultura estalinista, no entendían los
medios de comunicación modernos. La gente soñaba con poder adquirir las
mercancías que veía en la televisión occidental. La RDA tuvo una
mentalidad de asedio. Y en una ciudad asediada es difícil que se alcen
torres. No sé si se me entiende...
Mire, en general,
la gente no vivía mal en la RDA, pero no podía adquirir las mercancías
que podía ver en la televisión occidental. La distinción, los
automóviles último modelo, las frutas exóticas. En la RDA sólo podían
comprar un Trabant o un Wartburg, y había que esperar años en una lista
para conseguirlos. Alemania occidental invirtió miles de millones en
Berlín occidental. Berlín occidental tenía ventajas fiscales frente a
otros Estados federados. Eso lo hizo más atractivo, al menos la mayor
parte. La RDA no podía mantenerse a ese nivel. No tenía los recursos.
Especialmente en los últimos años, cuando desvió dinero a Berlín,
generando los recelos del resto de Estados, especialmente de Sajonia.
Se habla poco de lo que ocurrió después del Muro.
En cuestión de años la economía fue destruida, miles de personas
perdieron el trabajo. Durante años se dijo que las fábricas de la RDA no
eran modernas ni productivas, que el equipo era decrépito... Y sí, esto
era cierto en muchos casos, o en algunos de ellos, pero no en todos.
Las acererías y astilleros, por ejemplo, eran modernos. Se fabricaban
electrodomésticos. Después de la reunificación estas compañías eran
vistas como rivales. Las empresas germano-occidentales las compraron
sólo para cerrarlas. En muchas ciudades y pueblos, especialmente en el
sur, los jóvenes emigraron, dejando sólo a los jubilados atrás. La
economía sigue yendo mal, el Este sigue siendo la parte más pobre de
Alemania. Es verdad que algunas empresas se han vuelto a establecer en
determinados centros en Berlín, Dresde y otros lugares, pero en muchas
zonas es como un desierto. Las mujeres, y las mujeres más jóvenes, se
marcharon a Alemania occidental, Suiza, Holanda o aún más lejos a buscar
trabajo. Los hombres también, pero muchos se quedaron. Quizá no eran
tan independientes, o no estaban tan preparados. Estos jóvenes no tenían
esperanzas y se convirtieron en una presa fácil para los neonazis, que
han echado raíces en muchas zonas de Alemania oriental.
¿Todos estos movimientos de extrema derecha llegaron de Alemania occidental?
Incluso antes de la caída del Muro, muchos alemanes occidentales podían
venir a la RDA. Algunos de ellos eran neonazis, vinieron e introdujeron
sus ideas. En la RDA había grupos de neonazis, pero eran muy pequeños y
estaban bajo presión constante. Después de 1989, desembarcaron a lo
grande. Vieron a muchos jóvenes sin empleo y desorientados, porque todo
lo que habían aprendido en la escuela de repente les decían que era
falso. Les era difícil encontrar lo que era correcto. No creo que
Alemania occidental los trajese a propósito, pero lo toleraron. La
extrema derecha funcionó como contrapeso a la izquierda.
La caída del Muro tuvo que ser un shock para mucha gente en la RDA.ç
Antes de la Reunificación, durante la primavera de 1990 las tiendas se
llenaron de artículos occidentales y la publicidad se multiplicó. A mí
me llamó sobre todo la atención la publicidad de tabaco: en la RDA
estaba prohibida. Apenas había publicidad en la RDA, ni en la televisión
de la RDA. De repente nos vimos rodeados de luces de neón y la
publicidad en televisión, que es una plaga. Hoy en Internet es lo mismo:
anuncios, pop ups... no creo que eso le guste a
la gente, ni que la gente sea feliz con eso. Yo crecí en EE UU, entonces
había ya mucha publicidad y aun así fue un shock. El verano pasado estuve en Nueva York. En el centro de la ciudad la publicidad es omnipresente. Fue un shock. Había visto publicidad de joven, pero nunca tanta...
A mucha gente le gustó el cambio. A mucha gente quizá incluso todavía
le gusta. Todas las mercancías que se pueden comprar ahora, por ejemplo.
La gente a la que le gustaba la RDA fue bastante infeliz, especialmente
quienes perdieron el trabajo o cuyos hijos no podían encontrar trabajo.
Esta mañana estaba con un amigo mío que tiene 58 años. Su empresa fue
adquirida por otra germano-occidental, que redujo la plantilla. Hace 15
años que está en el paro. Sabe alemán, inglés, español y ruso y no
encuentra trabajo. Incluso quienes tienen trabajo tienen miedo a
perderlo. Ese miedo les lleva a aceptar peores condiciones de trabajo, a
trabajar los fines de semana... En Alemania oriental los trabajadores
decían que no podías decir nada contra Erich Honecker en tu puesto de
trabajo, pero podías decirle todo lo que querías a tu jefe. Ahora lo que
ocurre es lo contrario.
¿Y qué reflexión hace de aquella experiencia, del 9 de noviembre de 1989, de la Reunificación?
Por una parte, me alegró que la gente pudiese reunirse después de
tantos años. Es comprensible. Mi mujer y mis dos hijos cruzaron la
frontera. Pero creo que el experimento de la RDA, a pesar de sus errores
y dificultades, fue en el fondo noble, y que por desgracia fracasó. Y
fracasó no sólo por sus errores, sino por los errores y fracasos de los
soviéticos, y la enorme presión de EE UU y Alemania occidental, a la que
no pudo sobrevivir.
Yo siempre he sido un optimista.
Cuando vino la Reunificación, que muchos vieron como una anexión o
colonización, me dije que había un aspecto positivo en todo aquello: en
lugar de llegar sólo a la gente de un país pequeño como la RDA, ahora
tenemos la oportunidad de llegar a gente de toda Alemania, y hacerla
pensar de otro modo. El partido de La Izquierda, por ejemplo, era hasta
hace poco un partido de Alemania oriental. Al fusionarse con los
socialdemócratas descontentos del Oeste se convirtió en un partido a
nivel federal. Creo que es una esperanza.
Algunos amigos míos del Este temen que, tras la Reunificación, pueda resurgir una Alemania dominante, ¿comparte este temor?
Sí, yo también lo temo. Las de hoy son básicamente son las mismas
fuerzas que estuvieron detrás de la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Algunas desaparacieron, otras aparecieron, pero el Deutsche Bank o
ThyssenKrupp siguen ahí, y sus objetivos siguen siendo en buena medida
los mismos: expandirse y consolidarse. En parte se ven como socios de
EE.UU., que es más fuerte que ellos. Pero Alemania logró convertirse en
el Estado más fuerte de Europa occidental y, no satisfecha con eso,
buscó convertirse en el Estado más fuerte de Europa oriental y, así, de
toda Europa. También buscan ampliar su influencia a África y Asia. Eso
es lo que piden la ministra de Defensa o el presidente. Con
intervenciones militares si es necesario. Siempre, por supuesto, por
"razones humanitarias".
¿Cómo vio EE UU a su regreso después de tantos años viviendo en la RDA?
El ejército me licenció después de más de cuarenta años de servicio,
que no es poco. [Risas] Unas semanas después obtuve el pasaporte.
Intento viajar allí cada dos o tres años, para visitar amigos o asistir a
conferencias. He podido ver aspectos de la vida estadounidense que no
conocía, y conocer mi país mejor. Lo más emotivo fue volver a estar en
un país donde la gente hablaba mi idioma, dejar de ser el extranjero que
habla con acento. Fue como si me quitase un peso de encima. Además,
siempre me interesaron los pájaros y las especies de allí son
diferentes. Emocionalmente fue muy importante. Pude ver a mis viejos
amigos. Gente a la que no veía desde hacía décadas.
Algunas cosas fueron una experiencia completamente nueva. Visitar un
supermercado, por ejemplo. Aunque en 1994 ya teníamos supermercados
aquí, los de allí son excesivos. No creo que nadie necesite 50 marcas de
cereales, todas ellas igualmente perjudiciales para la salud. Hay
ciudades donde no hay aceras porque todo el mundo va en coche y no hay
transporte público. Hay millones de personas viviendo en la pobreza,
gente viviendo en automóviles, que son casi invisibles. Hay aspectos
positivos y otros negativos. EE UU es un país muy hermoso, pero hay
cosas realmente tristes. La situación en Alemania occidental no es tan
mala como en otros países, piense que en EE UU la gente sin cobertura
sanitaria tiene que pagar por todo y que eso puede arruinarles. Gente
expulsada de hospitales porque no puede pagar las facturas, madres que
están un día o dos en el hospital tras un parto, estudiantes que tienen
que pedir préstamos de 25.000 dólares que no pueden devolver, porque no
encuentran buenos trabajos... Todo lo que vi me convenció de que tengo
que seguir luchando, mientras pueda seguir luchando.
Fuente: http://www.eldiario.es/internacional/RDA-mentalidad-asediada-dificil-torres_0_320568283.html