Ingo Niebel
En 1990 muchos intelectuales de «izquierda» anunciaron que la anexión de Alemania oriental por la occidental podría dar lugar al IV Reich. Al entonces canciller federal, elcristianodemócrata Helmut Kohl, se le llegó a comparar con Otto von Bismarck. Dos décadas y un lustro más tarde, la mediopotencia en el centro de Europa está sin gobierno y con casi 5 millones de parados.
A las 0 horas del 3 de octubre de 1990, la socialista República Democrática Alemana (RDA) se adhirió al territorio y la constitución de la hermana capitalista República Federal de Alemania. A finales de aquel año se celebraron por primera vez desde hace más de medio siglo elecciones en todo el territorio nacional. Kohl ganó los comicios con la promesa de que en el este alemán iba a haber «paisajes florecientes». Volvió a vencer al SPD en 1994 pero cuatro años tarde terminó la era del «primer canciller de todos los alemanes».
A las 0 horas del 3 de octubre de 1990, la socialista República Democrática Alemana (RDA) se adhirió al territorio y la constitución de la hermana capitalista República Federal de Alemania. A finales de aquel año se celebraron por primera vez desde hace más de medio siglo elecciones en todo el territorio nacional. Kohl ganó los comicios con la promesa de que en el este alemán iba a haber «paisajes florecientes». Volvió a vencer al SPD en 1994 pero cuatro años tarde terminó la era del «primer canciller de todos los alemanes».
El bipartito liderado por el canciller Schröder (SPD) y su vicepresidente, Joseph Fischer, de los Verdes, no necesitó ni seis meses para acabar con las grandes expectativas generadas en torno a su triunfo electoral. Primero fracasaron con la ley de la doble ciudadanía para los extranjeros residentes en Alemania, como si no supieran nada de la envidia social que es una característica de los alemanes «de sangre».
Giro militarista
A principios del 1999 Oskar Lafontaine, la supuesta «conciencia social» del SPD, dejó sorprendentemente la presidencia del partido y el Ministerio de Hacienda, entregó su mandato de diputado y se fue al exilio político. En marzo de aquel año Gerhard Schröder explicó a los ciudadanos alemanes que soldados de la Bundeswehr estaban bombardeando Yugoslavia. El último canciller que tuvo que justificar una contienda ante el país se llamó Adolf Hitler.
Con el apoyo de los ex pacifistas verdes Schröder mandó a los militares a finales de 2001 a la guerra contra los talibán en Afganistán. El pasado 28 de setiembre el Bundestag, aún en la antigua composición, aprobó el refuerzo y la prolongación de la operación en la Asia Central. Una veintena de soldados alemanes han muerto hasta ahora. Comandos de élite operan sin control parlamentario en aquel país, siguiendo instrucciones de Washington.
Schröder, Fischer y la diplomacia alemana esperaban que tanta intervención militar les podría dar la anhelada silla permanente en el Consejo de Seguridad de la onU. Pero la Administración Bush no había olvidado el «no» de Schröder a la guerra contra Irak. Una vez más, la política exterior alemana fracasó en lograr uno de sus principales objetivos. La debilidad en el exterior se debe asimismo a la falta de unas potentes Fuerzas Armadas y del dinero con el que anteriores gobiernos alemanes compraron la influencia que mediante la fuerza militar no podían lograr.
Economia sólo en parte
La debilidad económica se debe sólo en parte a los costes de la unificación. Entre 1995 y 2004 se inyectaron 82.000 millones de euros en el Este, entre 2005 y 2019, se prevé una inversión de 156.000 millones.
La otra cara de la medalla son los regalos fiscales que el bipartito rojiverde hizo a la industria y economía. La cuenta la deben de pagar los casi 5 millones de personas sin trabajo. En el Oeste alemán el 9% está sin trabajo, en la ex RDA el 18%. Entre 1990 y 2005 casi 2 millones de alemanes del Este abandonaron sus tierras para buscar un futuro mejor en el Oeste. Se espera que en 20 años habrá grandes regiones en la ex RDA sin población porque los jóvenes se han ido y los viejos se han muerto. En el último año ha aumentado también el número de los alemanes que se van a vivir al extranjero: por ejemplo, médicos que hallan un trabajo mejor remunerado en Gran Bretaña o Noruega.
Algunos de los que se quedan quieren lograr el auge económico, confiando en la competencia de la CDU, mientras otros esperan poder conservar los restos del «Estado Social» que ha dejado el SPD. Así se explica el empate político entre las dos formaciones políticas.
El único partido que podría estar en condiciones para cuestionar la actual política neoliberal es el nuevo Linkspartei, si consigue realizar la fusión entre el socialista PDS y el socialdemócrata WASG sin mayores problemas. Con esta perspectiva podría convertirse en el único partido que, por un lado, realmente encarna la unificación de las dos sociedades alemanas y por el otro representa una alternativa política al pensamiento único de la megacoalición Socialdemócratas-Democristianos-Liberales-Verdes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario