Por cerca de tres horas, en su departamento en Las Condes, Angela Jeria, madre de la ex Presidenta Bachelet, recibió a los entonces estudiantes de Periodismo Christian Meier y María Paz Salas, quienes trabajaban en su proyecto de tesis denominado “El muro chileno”, el que hoy es un documental que este fin de semana compite en un festival en EE.UU. y que aborda la visión que los chilenos exiliados en la RDA tienen actualmente de dicho régimen.
Jeria repasó su experiencia de casi dos años y medio en la Alemania oriental (entre 1975 y 1977). Narró su trabajo en el museo de Prehistoria y Arqueología de Postdam, sus rutinas y su relación tanto con alemanes, como con otros chilenos exiliados. En una extensa entrevista abordó también sus impresiones sobre el régimen socialista y el Muro de Berlín. A continuación, un extracto del material que fue facilitado por sus realizadores a La Tercera.
“Con mi hija, después de que me expulsan, después de Villa Grimaldi y Cuatro Alamos, me ofreció asilo Bélgica y Australia. Mi hijo mayor vivía en Australia y me fui con mi hija. Estando allá, mi hija pertenecía a las Juventudes Socialistas en Chile. Le pidieron que fuera a Alemania para trabajar por devolver la democracia a Chile y ella se fue. Me dijo ‘mami, quiero que te vengas conmigo’. Tramitó todo para que yo me fuera a Alemania oriental, a Berlín, y me fui en agosto o septiembre de 1974. Esa fue la razón”.
“Me pareció correcto (la construcción del muro en 1961). Había mucha influencia de EE.UU., de tratar de penetrar en el mundo en que la Unión Soviética tenía predominio, y me parecía que para poder crear una sociedad socialista había que tener cuidado, porque Alemania occidental recibía una ayuda impresionante con el plan Marshall, en cambio la U.R.S.S. no estaba en condiciones de apoyar en la misma forma a Alemania”.
“Vi el muro por lo menos todas las semanas, porque vivía en Postdam y una vez a la semana iba a Berlín a la Universidad Alexander von Humboldt, porque tenía charlas con los profesores y un programa radial hacia Chile. Me tocaba ver el muro, pero nunca creí que ese era. Lo encontré una cosa chiquitita. El muro del que me habían hablado, el muro terrible, no lo vi nunca, en ninguna parte, lo busqué y no lo encontré y estaba al lado, por lo tanto, para mí no significaba nada. Sí me di cuenta de que para los alemanes era importante, a cierto tipo, intelectuales, artistas. Los entiendo. Para ellos salir de Alemania para tener contacto con otras culturas, visiones artísticas o intelectuales era importante”.
“La sociedad alemana era, probablemente, el país de Europa oriental que mejor representaba lo que se quería lograr de un mundo más igualitario y el muro representaba una defensa para que eso se mantuviera. La intromisión de la propaganda a través de la radio y la TV era enorme. No había prohibición de ingreso a los alemanes occidentales y por otro lado, tenían que resguardar a Alemania oriental, porque educaban a su gente, gratuitamente y muy bien y después la gente se iba, -antes del muro- al lado occidental. Se había perdido mucha plata en cada uno”.
“Para la gente que estaba con el gobierno el muro era importantísimo, pero muchas personas tenían sus familias divididas, y había al otro lado una propaganda espantosa de lo mal que estaban. Una vez salí, tuve que ir a Italia y ahí me llenaron con aceite para los pobres alemanes que no tenían. Yo decía, ‘eso no es cierto... es rico el aceite de oliva y a lo mejor no hay, pero no les falta nada, no pasan hambre’ . No lo podían creer, me decían: ¿y esa ropa donde la compraste? ‘En Berlín’, contestaba. ‘No puede ser..., ese vestido tan bonito...’. Sí, en Berlín, volvía a contestar. Creían que andaban con uniforme”.
“Nunca vi a un niño pobre, mal vestido, sin zapatos. Vi niños rozagantes. Me tocó ir muchas veces al médico, nunca tuve problemas. La educación era muy buena. También las condiciones de trabajo”.
“Tenía la misma habitación que un obrero, un profesor o un general, que era una sola persona: un ambiente, living comedor, cocina, baño, una terracita. Eso era mi departamento. Lo mismo tenían los otros. Siempre había pensado que lo importante era la igualdad de oportunidades, de condiciones y me parecía que lo más importante en Alemania era eso”.
“Donde vivía, era un cuadrado grande. Había dos bloques de habitaciones para chilenos, mezclados con alemanes. Era una convivencia diaria y buena. Se podían ver las costumbres. Los chilenos hacían alharaca a la semana o al mes para limpiar las escaleras o qué se yo, el resto del tiempo no limpiaban. Los alemanes limpiaban todos los días, calladitos”.
“Muchos (chilenos exiliados en la RDA) eran convencidos de que tenían el derecho a recibir todo, porque habían sido víctimas de la represión. Los hacía sentir como que era lógico que les dieran”.
“Yo no condenaría (a la RDA) porque no vi represión. Decían, ¡pero qué terrible que no los dejaran salir!, bueno, acá en Chile por la situación económica tampoco los dejan salir y nadie dice, ¡qué terrible que el señor de Chuchunco no haya conocido Santiago o no haya ido a Argentina o EE.UU! ¿Quiénes tienen el privilegio de viajar? Los que tienen plata”.
“Cuando uno vive en esas sociedades, se da cuenta de que era más importante tener la salud asegurada, buena educación, una casa sin ser grandiosa, que no le faltaba nada, buena locomoción, mucha vida cultural, que ojalá yo hubiera sabido alemán para poder disfrutarla. Para mí, el muro no era fundamental”.
“Nunca supe, cómo puedo condenar si nunca vi ni conocí gente que hubiera sido torturada, arrestada, detenida desaparecida, que estuviera presa. Vi gente a la que le gustaría haber salido. El periódico era pequeño, pero usted podía ver TV, películas, leer y vivir tranquila. Nadie comentaba ni se hablaba, porque podríamos haber hablado en privado, pero nunca lo vimos”.
“Al contrario, reclamaban contra las exageraciones que decía la prensa internacional. Sé que lo decían, pero no tengo seguridad de que hubiera existido. Tiene que haber existido, si había una policía secreta, tiene que haber habido detenciones, pero nunca vi. El mundo en que yo me moví, de alemanes, llegamos a ser muy amigos, nunca me comentaron, sabiendo que yo no iba a hablar”.
“Yo sentía una gran seguridad y tranquilidad de gente que nos estaba apoyando, que nos estaba haciendo la vida grata”.
“(Los alemanes) eran lo suficientemente educados, para sintiéndolo así (tener envidia por los privilegios de los exiliados, que podían salir del país), lo cual lo comprendo, no lo demostraron. Tenían muy internalizada la solidaridad. Siento que no hemos sabido responder a eso, porque no hemos dado muestras de lo mismo, ni siquiera tenemos algo que deje en claro ante el país lo que fue la solidaridad del mundo hacia Chile. Haría un monumento a la solidaridad con los países, de agradecimiento”.
“Me dio pena. Se perdía un país que yo conocí, ya dejó de existir. El hijo mayor de Miche-lle (Sebastián Dávalos) dice siempre, ‘nací en un país que ya no existe’. Fue un ensayo interesante haber logrado una sociedad más justa y equitativa”.
“Había desconocimiento de lo que era la vida en Alemania y cuando cayó el muro y volvieron alemanes acá, la situación había cambiado en Alemania oriental. Nunca al principio los integraron, se crearon dos grupos de sociedades, en que Alemania oriental quedó siempre en una situación de desmedro. Es lo que me dijeron los alemanes”.
“Lo que yo sentí en los chilenos que estaban allá y lo que contaban de Alemania era que no estaban contentos. Mis amigos alemanes que eran contrarios al régimen, no abiertamente, pero (que) no les gustaba, me decían que tal como estaban las cosas -hablo de hace seis o siete años atrás- no estaban contentos”.
“(En su viaje como presidenta, en 2006) Michelle debe haber estado muy de paso y no hizo comentarios. (A ella) no le gusta contar lo que está haciendo. Dice ‘no me pregunten, porque siento que estoy trabajando’, entonces tratamos de no preguntarle. Me dijo que estaba lindo, ‘estuve en tal parte’. Habló con cariño de haber visto todo eso, de haber vuelto, que le habría gustado visitar a la gente del museo, que los conoció y todo, pero no tuvo tiempo”.
“La gente que fue a la RDA no fue a pasarlo bien. Ellos iban a prepararse para volver hasta vencer a la dictadura, porque eran exiliados políticos. Después, cuando cae el muro, empieza a volver la gente. Los que se quedan son exiliados económicos, que se instalan en Francia, Suecia, en distintas partes. Los exiliados que estaban en México, en la RDA, en la U.R.S.S., decían, ‘estamos sentados en las maletas’ , no las desarmábamos para estar listos para volver y cuando me autorizaron, volvimos de inmediato con Michelle”.
“(Digo prepararse) no en el sentido armado. Debe haber habido un grupo, pero (me refiero a) prepararse intelectualmente, porque les tenían prohibido el ingreso, entonces (había que) estar en las mejores condiciones para llegar, insertarse y ayudar”.
“No lo vi (preparación paramilitar), pero es lo que he leído. Lo mismo que en Cuba y Nicaragua. Sabía, pero nunca conocí a nadie ni supe nombres. Sabía que había una escuela de preparación y supuse que era para la lucha armada, pero nunca vi a nadie. Y lógico, tenía que ser así, porque si iban a volver y todos supiéramos habría sido espantoso, ¿no? Volver a la clandestinidad es una vida terrible, la que vivieron muchas personas que volvieron”.
“(La motivación de regresar a Chile) Fue de ayudar a la gente que estaba siendo reprimida y denunciarlo”.
“Me detuvieron de nuevo, tres veces. La primera vez, el año 80, hicimos una manifestación el día 20, que declaramos en el Comité pro Retorno que iba a ser el día del exilio, porque era el natalicio de O’Higgins, que fue el primer exiliado chileno, entonces fuimos cinco mujeres donde estaba la llama de la libertad con una corona de flores grande con la bandera chilena, donde decía “Fin al exilio”. No alcanzamos a ponerla y nos detuvieron a todas. Estuve cinco días en la comisaría”.
“Lo lindo, una vez que creo que ni supieron, fue que con la señora de Carlos Ominami Daza, Edith Pascual, que es mi vecina y amiga de toda la vida, la mamá del ex senador Ominami. Su marido, el coronel Ominami, estuvo preso junto con mi marido. Entonces decidimos, el año 85-86, hacer un manifiesto por el exilio y aquí cosimos sábanas largas y le pusimos “Fin al exilio”. Con una percha le enrollamos en la parte donde se cuelgan las cosas, una punta, la envolvimos bien y fuimos a probar con la percha sin nada, en el puente, si se ensartaba bien. Al día siguiente partimos en auto, ella manejaba y yo me bajé y la colgué ahí frente a la Escuela Militar (en el puente). Después nos fuimos, llegamos aquí y estuvimos mirando. Se paraban los autos porque llegaba casi hasta el suelo. Uno venía a eso, a tratar de ayudar a que volviera la democracia. Pero en la forma más simple y prudente, no encapuchados”.
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